Ido

viernes, 22 de agosto de 2008

¿Adónde te escondiste,
amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti, clamando, y eras ido.

(Cántico espiritual, San Juan de la Cruz)

Del bailar

domingo, 17 de agosto de 2008


Recientemente he ido a bailar con cierta frecuencia. Bailar en serio, en pareja, donde a uno lo sacan a bailar y da vueltas y vueltas. Ya sea una fiesta o un salón de baile, cada noche se tiene la oportunidad de bailar con muchas diferentes parejas - hombres, en mi caso. La experiencia le ha proporcionado a mi cuerpo un aprendizaje sensorial que pienso se parece mucho al Gran Baile, el de la búsqueda y encuentro de pareja en la vida. Uno decide en primera instancia si está disponible para bailar o no; desde colocarse cerca de la pista y llevar el ritmo con el cuerpo para incitar a prospectos bailarines, hasta declinar de frente un "quieres-bailar". El tiempo para decidir si aceptar o declinar es bien breve: una ojeada rápida al solicitante puesta en balance con el deseo que una tenga de bailar. Son diversos los factores que propician el rechazo: muy joven o muy viejo, muy sudado, demasiado anticuado, sobrepeso, un atuendo estrafalario, una etnicidad dudosa o cualquier otro factor que despierte sospechas acerca de las habilidades dancísticas del susodicho. Cada vez hay sólo una respuesta de entre dos posibles: sí o no. Sí bailo aunque tiene pinta de arrítmico. No bailo aunque este hombre sea un talento, porque me duelen los pies. Sí bailo aunque me parece que tiene la edad de mi papá. No bailo porque se nota que es un pesado que no me va a dejar en paz.
A veces se lleva uno sorpresas, y aquel gringo esmirriadito con pinta de yonqui resulta todo un caballero del merengue, o ese sudamericano con pinta de Latin lover no sabe llevarla a usted a compás. Al final de cuentas, creo que lo más importante es dejarse llevar. Uno le enseñará a dar vueltas vertiginosas, otro a bailar hacia atrás, otro a sentir la esencia de la música, y otro simplemente a seguirlo aunque haga rarezas. Si se pone a pensar en que se consiguió la pareja de baile más torpe o menos deseable de la noche, se arruina la magia y deja de divertirse. Si se pone a evaluar qué tan bien baila usted en comparación con las otras mujeres en la pista, no sólo se incomodará en extremo sino que se pondrá tan tiesa que acabará por incomodar al buen hombre que la acompaña. Hay el que la lleva suavecito, suavecito como una ola pequeña y dulce, y el que la lleva como nunca nadie la ha llevado, para luego subirse a su caballo y marcharse volando. Lo echa de menos, pero toca decirle "sí" al próximo que la saque; nunca sabe qué ritmo nuevo sentirá. Quizás con alguno sea tan cadencioso que quiera bailar otra vez, y otra vez, y otra vez...

(imagen: William Holbrook Beard)