Estoy harta de que todo mundo me diga y me insinúe maldisimuladamente que no me interesa casarme, tener hijos, formar una familia, o como se le quiera llamar. Desde mi madre y mi padre hasta mis hermanos y mis amigos, y ya el colmo, mi terapeuta, todos a mi alrededor coinciden en que lo único que me interesa es estudiar y por eso voy por el mundo sin dar un comino por el sexo masculino o el instinto maternal. Parece que lo único que ven en mí desde que tengo tres años es una gran cabeza con pelo - porque eso sí, me salió un bonito pelo en el que todo mundo repara. Por momentos dudo si mi inteligencia es una bendición o una condena que, como dijera Antonio Gala, "a trabajos forzados me condena".
En suma, la idea general es que uno es "diferente" - nunca te explican porqué o de qué - porque quiere meterse en la academia. "Es que tú eres diferente", "siempre fuiste diferente", repite un dantesco coro de tías, madres, maestros y exnovios. Hasta la mamá de una amiga me lo dijo en una boda - aunque lo dijo con tan buena vibra que no pude evitar tomárselo a bien. Así parece que si uno tiene pasión por las letras, eso mata en automático todas las demás pasiones. Y pensándolo bien, es una necedad para una mujer querer dedicarse a la academia. Los varones suelen tener mejores sueldos y preferencia en las contrataciones, y muy raras veces le dan a una mujer la misma credibilidad que a un congénere. Así que los de dentro no muy te quieren, y los de fuera - tu familia, tus amigos - simplemente te consideran como nacida en otro planeta,
quasi desprovista de entrañas.
¿Por qué, Dios mío, por qué tuve que nacer con esa afición maldita por el intelecto, que ahuyenta a los hombres, me excluye de lo femenino, y me hace una extraña en mi propia familia? Yo no tengo respuesta, pero por ahí si quiere preguntarle a Sor Juana, tal vez ella tenga algo interesante que decir; aunque en esta pintura yo más le veo cara de espanto que de certeza.