La tienda de disfraces

sábado, 3 de noviembre de 2007

Las festividades de Halloween inspiran a grandes y pequeños a toda clase de celebraciones, pero sobre todo, a darse a la tarea de idear un disfraz. Cada año los habitantes de este país deben decidir qué quieren ser para Halloween: ¿una fresa? ¿un vikingo? ¿Pinocho? ¿un bote de basura?
Tan importante asunto me arrastró a acompañar a un amigo a la tienda de disfraces. Diversas y enciclopédicas categorías ordenan esta enorme tienda: "mujer", "hombre", "renacimiento", "accesorios", "circo", "sexy", "cuentos de hadas", "zapatos", y así muchas otras. Los disfraces se rentan y/o se venden. Algunos son nuevos, hechos de licra y mallas de red; otros son ropa que fue en su momento común y corriente y ahora se encuentra indistintamente en una boutique vintage o en la tienda de disfraces - curiosa relación con un mismo objeto como algo del pasado que uno usa para alterar la propia identidad o bien como algo del presente que uno usa para afirmar que no hay nada que pueda alterar la propia identidad.
Aprendí que uno se puede disfrazar de barril, de carretera, del piso de la sala de cine, de motocicleta, de iPod y de todo cuanto a uno se le ocurra. Tan vertiginosa me resultó esta infinidad de posibilidades carnavalescas que opté por disfrazarme de estudiante de posgrado y dejar para otra ocasión la fiesta que me requería el disfraz. Feliz día de muertos.

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