Las familias felices

sábado, 2 de junio de 2007

Tengo 33 años. Hoy terminé una relación que me hacía estar contenta pero insatisfecha. Una relación que traía a mi puerta una cigueña con nenitos en el momento en el que yo lo hubiera decidido. Pero elegí terminarla.
Como tenía poca hambre y quería comer a mi capricho, fui al supermercado. Por doquier vi padres y madres jóvenes con niños flacos y gordos, chatos y lindos. Vi mamás con caras solitarias. Vi a un hombre solo con dos niños mayorcitos. Vi padres cansados y aburridos con niños ávidos de saber más. Vi también parejas sin niños, decidiendo qué tipo de cereal orgánico comprar. Vi a una mujer sonriente con una niñita pecosa con el pelo rubio y muy largo. Vi a una mulata arreando a dos negros blanquitos que se peleaban y reían. Vi a una mujer que se emocionó al ver la decoración de un pastel veraniego y llamó a su hija de doce años para contarle su descubrimiento.
Llegué a la casa donde me hospedo temporalmente y vi a mi sobrina de ocho meses, gordita, sonriente y batida. La llevé a pasear, y pensé que los bebés de esa edad tienen el encanto de que no hablan. Así que te puedes pasar con ellos un rato largo bobeando nomás, sin conversar, sin que el silencio sea incómodo.
En un año podría haberme sumado a esa multitud que juega, se aburre, se cansa y se pone feliz con sus familias, con sus niños hablantes o silentes. Pero elegí no hacerlo. ¿Por qué? No sé.
Las familias felices desfilaron no sólo ante lo selectivo de mi mirada hiperconsciente, sino a través de mensajes de correo electrónico con felices noticias acerca de un feliz embarazo por parte de mi primo y de una feliz boda por parte de una gran amiga.
Circulando en la vida cotidiana me siento como una mónada extraterrestre navegando entre grupos familiares.

0 comentarios: